En su libro, Kluger recrea emotivamente cómo transcurrió su
infancia y sugiere que los hermanos mayores tienen más posibilidades de
triunfar. Llega a una conclusión: “El 95% de los padres tiene un hijo
preferido, y el otro 5% miente”. Y lo que es peor: esas pequeñas diferencias,
alentadas por los padres, dice, crean una cascada de consecuencias al llegar a
la edad adulta.
Sin embargo, es muy posible, como sugiere Fernando Peláez,
profesor de Psicología Biológica y de la Salud en la Universidad Autónoma de
Madrid (UAM), que la palabra “favorito” revista excesiva gravedad, cuando, en
realidad, el hecho de que los padres muestren “preferencias” (la palabra que propone
Peláez) no sea para escandalizarse. Es decir, nada tiene de raro sentir mayor
empatía o comunicarse mejor con uno de los hijos; del mismo modo que una
persona no se relaciona exactamente igual con otras, tampoco es posible
mantener relaciones simétricas con los hijos.
Sobre las preferencias hay varios estudios. Un trabajo
publicado en Human Nature señala que las madres suelen inclinarse por los
primogénitos, mientras que los padres parecen sentir especial predilección por
las hijas más pequeñas. Sin embargo, tampoco se trata de una ley universal.
Según Esperanza Ochaita, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación
en la UAM, “es frecuente preferir a los bebés del sexo opuesto (al del padre o
la madre) en la infancia e identificarse más con los del propio sexo en la
adolescencia”. Ellen Libby, autora de The Favorite Child (el hijo favorito),
especula con que los padres se inclinan por sus hijas pequeñas por ser más
vulnerables, mientras que otros investigadores aventuran que, por lo general,
se valoran más los logros del sexo opuesto. “Una madre valorará especialmente
la vena poética de su vástago, mientras que el padre hará lo propio con el
máster en negocios de su hija”, dice al respecto Kluger.
Javier Urra, doctor en Psicología y autor de libros de éxito
como Educar con sentido común (Aguilar), ha planteado esta cuestión en alguna
de sus conferencias. “Cuando pregunto a las personas del público si quieren por
igual a todos sus hijos, lo normal es que asientan con la cabeza. En cambio,
cuando les pido que me respondan como hijos, empiezan a dudar…”, constata.
“La respuesta es que, por circunstancias de la vida, es
posible querer diferente”, concede. “No es lo mismo, por ejemplo –prosigue
Urra–, ser madre o padre con 24 años que con 38, ya que la energía y las
circunstancias personales son diferentes. Del mismo modo, es muy distinto si el
niño vino al mundo en un momento económico difícil o en una situación
confortable. Todo influye”, razona Urra, para quien es normal que si una madre
llega tarde a casa, cansada de trabajar, se sienta más cómoda con el hijo de
temperamento más tranquilo o con el más obediente, sin que esa
complementariedad tenga la menor trascendencia.
Así pues, la clave es ser ecuánime con los afectos y darse
cuenta cuándo un hijo lo pone más fácil o el otro reclama más atención. Y no se
debe dramatizar, como hacen algunos libros, y reconocer que en ocasiones sentir
más sintonía emocional con alguien es normal, aunque se trate de una hija o de
un hijo.
Tres regalos para cualquier hijo
*RELACIÓN “Mantener relaciones de exclusividad con los hijos
ayudará a generar roles especiales y diferentes que les hagan sentir su propia
valía e individualidad”, recomienda la psicóloga Núria Sánchez.
*DISFRUTAR “El primer mandamiento es disfrutar de cada uno
de los hijos y comprender que se puede querer igual de manera distinta”,
sugiere el psicólogo Javier Urra.
*TRASCENDENCIA “No
hay que dar excesiva trascendencia al tema del favoritismo porque no tiene
efectos devastadores para los hijos, a no ser que el favoritismo sea
devastador”, precisa Esperanza Ochaíta, catedrática de Psicología Evolutiva.
Fuente: magazinedigital.com / salud-psicologia 9/9/12
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