Arte Paciencia

Introducción

La paciencia es una cualidad bella que se puede cultivar y desarrollar. Una persona puede propiciar los medios y actitudes para activar esta virtud que dispone de su propia energía de sabiduría, muy valiosa tanto para la vida cotidiana como para la búsqueda interior y el perfeccionamiento de la mente. La paciencia es una fuerza equilibrante y reguladora que permite afrontar los acontecimientos más sosegadamente, con constancia y sin desesperación, y mantener, a pesar incluso de las adversidades, un ánimo más estable e imperturbable. La paciencia nace de la comprensión clara, el entendimiento correcto, la ecuanimidad y la reflexión atenta, y a su vez hace posible el equilibrio y la visión cabal. La visión cabal, que se asocia con el equilibrio de mente o ecuanimidad, permite obtener una visión más amplia de los acontecimientos vitales y entender que no todo puede conseguirse en el momento deseado. Además, la visión cabal brinda un estado de consciencia perspicaz, para advertir que lo que en principio consideramos muy favorable para nuestras vidas, luego puede resultar muy nocivo, y viceversa. Pero la ecuanimidad nunca es indolencia, ni complacencia, ni excesiva autoindulgencia, ni mórbida pasividad o apatía. La paciencia, además, es un antídoto poderosísimo contra la frustración, la ira, la cólera y los estados de aversión e irritabilidad en general. La paciencia invita a perseverar y ayuda a seguir con asiduidad una disciplina, de cualquier condición que esta sea.

Paciencia y equilibrio son dos grandes aliados en la vida de una persona. Su desarrollo protegerá en muchas circunstancias, ayudara a no malgastar inútilmente energías y a poder mantenerse más integrados y serenos ante las dificultades.
En esta obra, como en otras mías que han despertado un gran interés en el lector, me he servido de un procedimiento que ya utilizaba por primera vez en El libro de la felicidad, consistente en acopiar un buen número de historias espirituales de Oriente y comentarlas.
Los maestros de la India fueron los primeros, hace milenios, que se sirvieron de estas historias espirituales para impartir enseñanzas, para liberar la mente de sus ataduras y sosegar el espíritu. Son historias amenas, sencillas, a veces incluso muy divertidas y por supuesto, todas ellas impregnadas de sabiduría mística, que ayudan a desenvolver una comprensión más profunda y clara.
Para esta obra he recopilado un buen número de esas historias, relacionadas con la paciencia, el equilibrio y la ecuanimidad, que serán para el lector una fuente de inspiración y reflexión. Estas deliciosas e instructivas parábolas, tan apreciadas por adultos como por adolescentes, están impregnadas de sabiduría; su lectura desencadena “golpes de comprensión” y reporta orientaciones sagaces y claves para la mutación de la consciencia, para el autoconocimiento y para la realización de uno mismo.

Ramiro A. Calle


El Impaciente

Un campesino que necesitaba hallar agua para regar sus cosechas cavó un pozo de treinta metros, más al comprobar que no encontraba agua, impaciente, comenzó a cavar otro hoyo. Cuando alcanzó la profundidad deseada, desanimado porque tampoco allí hallaba agua, empezó a cavar un nuevo pozo y le volvió a ocurrir lo mismo. Abatido, se sentó al borde del camino.

Un peregrino acertó a pasar por allí y al observar su desaliento, le pregunto qué le sucedía. El hombre se lo explicó y el peregrino le dijo sabiamente:

Pero, amigo ¿no comprendes que si en lugar de tres pozos de treinta metros hubieras cavado uno de noventa metros habrías encontrado agua?

Comentario
La impaciencia es un sentimiento de urgencia compulsiva que impide ser regular en cualquier práctica o actividad, e induce a tomar muchos caminos sin proseguir por ninguno de ellos. La impaciencia comporta desmesurado apresuramiento, urgencia de resultados, afán desmedido, ansiedad , necesidad compulsiva de conseguir los logros muy rápidamente o casi de modo instantáneo, inquietud y agitación y conduce con mucha frecuencia al desánimo, al desequilibrio psicosomático, a la alteración del sistema nervioso, al desfallecimiento, a la diseminación o perdida de energías, al debilitamiento de la voluntad y a la falta de precisión, destreza y belleza en aquello que se está realizando. La impaciencia es mala amiga para progresar en cualquier actividad ya sea artística, de aprendizaje, cultural o por supuesto, espiritual.

Todos los grandes maestros señalan que la impaciencia, fuente de desasosiego, es un freno u obstáculo en la senda del autodesarrollo y la evolución de la consciencia. La impaciencia deja a la persona a medio camino de aquello que emprende, pues pretende resultados rápidos que solo pueden obtenerse con paciencia y constancia. Nada se puede llevar a cabo perceptiva y diestramente cuando reina la impaciencia. De forma que si se desea seguir la senda del autodesarrollo, la impaciencia lleva a probar uno y otro método son persistir lo necesario en ninguno. Con lo cual uno se convierte en un promiscuo, en cuanto a las vías de autoconocimiento y tantea y prueba muchas técnicas sin profundizar en ninguna de ellas ni llevar a cabo con disciplina la práctica oportuna. La impaciencia roba la consistencia, a menudo desorienta y dispersa, y frustra la acción calmada y regular. La nieve, el depositarse lenta y persistentemente y a pesar de su porosidad, termina por quebrar la rama de un árbol. La impaciencia por el contrario es una fuerza que se fragmenta, y con ella la energía pierde su efectividad y capacidad de penetración.

El impaciente sufre ansiedad y se siente perturbado, pero en cambio el paciente es más sosegado y psicológicamente resistente, pues sabe hacer acopio de sus energías.



Tirando de los brotes

Un terrateniente ordenó plantar brotes de soja. A los pocos días decidió pasar a ver cómo estaban evolucionando. Comprobó que apenas habían despuntado. Se sintió muy impaciente y entonces se dijo “Hay que ayudarles a crecer” Para ello fue tirando uno a uno de los brotes, y después de muchas horas, extenuado, volvió a su casa.

¿Por qué estás tan cansado? Le pregunto su hijo.
He estado horas y horas ayudando a los brotes para que crecieran pues lo hacían muy lentamente.

El hijo se temió lo peor. Al amanecer acudió a la huerta y pudo comprobar que todos los brotes se habían malogrado.

Comentario:
La persona impaciente no sabe esperar, ni tampoco respeta el curso natural de los acontecimientos e interfiere en ellos cuando no debería, pues obstruye este proceso. Hay un antiguo adagio que reza: “Nadie puede empujar el rio”. El riachuelo sigue su curso fluidamente, sabe hallar el punto de menor resistencia, pero asimismo se remansa cuando es necesario y continúa su recorrido hasta la desembocadura con paciencia y de forma implacable. Como dijera el yogui tibetano Milarepa, y el rio debe de saberlo muy bien, “Apresurémonos lentamente”. Se debe actuar con paciencia y diligencia, aunque no con impaciencia o compulsión, pues el sentimiento de impaciencia, cuando se presenta con intensidad, puede obnubilar la consciencia, perturbar el comportamiento, oscurecer el descernimiento y por tanto frustrar la acción lúcida y diestra.

La impaciencia priva asimismo del sentido del equilibrio, de la ecuanimidad, de la lucidez y de la destreza. También desazona, pues activa la obsesión por los resultados, incluso desequilibra los humores orgánicos y altera el funcionamiento de las glándulas. No permite apreciar el natural discurrir de los eventos ni aprender de ellos, porque la persona que la padece solo está pendiente obsesiva y compulsivamente de los resultados.

En muchos casos, estos pueden llegar a malograrse debido a conductas de impaciencia que los dañan o los retrasan. La impaciencia, además es un sentimiento muy incómodo y desagradable que merma considerablemente el potencial interior de quien sufre.

Se tiene que aprender a encauzar la impaciencia y reducir su intensidad, pues entronca con la ansiedad, la insatisfacción y la ofuscación. Para combatirla conviene ejercitarse en:

1. El entendimiento correcto, que permite apreciar las cosas tal como son y obtener una perspectiva más clara y sagaz de los eventos.
2. La meditación, una práctica de primerísima importancia y muy eficaz para aprender a saber esperar sin obsesionarse y sin ser movido por urgencias desmesuradas.
3. La misma paciencia, tratando de potenciar ese sentimiento que puede combatír la impaciencia si se actúa con entereza.
4. La ecuanimidad, la firmeza de mente que ayuda a mantener el ánimo más equilibrado.


La encrucijada

Había una vez dos amigos de escasa inteligencia. Un día iban caminando y charlando y sin darse cuenta e alejaron demasiado, hasta encontrarse en mitad de un frondoso bosque.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?- preguntó uno de ellos
Pues no lo sé, pero se ha hecho de noche y tenemos que volver- dijo el otro
Y llegaron a un pequeño claro del que partían varios caminos.
Vamos por este- propuso uno de los muchachos.

Cuando llevaban recorrido un trecho, dijo el otro:
Nos hemos equivocado. Vamos a tomar otro camino.
Regresaron al claro y tomaron otra senda. Al cabo de un rato de nuevo dudaron y volvieron al principio. Así estuvieron durante horas, tomando primero un sendero y después desandando el camino para elegir otro.
Al amanecer todavía se encontraban en el punto de partida.
Extenuados, se quedaron dormidos y murieron devorados por las fieras.

Comentario:
La impaciencia conduce muchas veces a la duda y la vacilación, porque no se espera lo suficiente para constatar si se está recorriendo el sendero adecuado o si se está desarrollando oportunamente un proceso o acontecimiento. La impaciencia desespera y la desesperación no puede surgir una visión clara o equilibrada, ni un proceder acertado. Muchas son las personas que ante cualquier actividad que emprenda, ya sea artística, cultural o espiritual, proceden como los personajes de nuestra historia, y de ese modo nunca profundizan en nada, no se ejercitan lo suficiente y no pueden obtener los logros que persiguen. La impaciencia no propicia el cultivo (maduración) de ninguna actividad o relación humana, así como tampoco el de una andadura artística o espiritual.
La impaciencia engendra un falso entusiasmo que conduce pronto al desánimo, genera falsas expectativas que desembocan en el desencanto y el desfallecimiento en cuanto no se obtienen los resultados rápidos que compulsivamente se esperaban. Cuando se tiene un carácter impaciente se suele cubrir de impaciencia toda acción y se es a menudo exigente, con lo cual al fracasar las expectativas (que a menudo uno mismo sabotea por la incapacidad de persistir y saber esperar), se siente frustración y se acumula resentimiento o amargura. Todos deberíamos cultivas la primorosa paciencia del artesano, que con sus manos, lenta y minuciosamente, va preparando la pieza de artesanía, se toma su tiempo y la hace lo mejor que puede sin obsesionarse por los resultados.

La impaciencia a menudo se refleja incluso en las actividades domésticas, en las relaciones con los demás y durante los viajes. El sentimiento de urgencia por los fines es tal que crea crispación, roba la calma, perturba a quien la padece y también a los demás, pues se genera una energía que es captada por las personas que rodean al impaciente. La impaciencia es muchas veces resultado de una falta de comprensión profunda y un signo de puerilidad; también tiene que ver con la avidez, el apego y la sed de obtener resultados instantáneos que respondan a los deseos.

En la senda del autoconocimiento y la elevación de la conciencia, la impaciencia es un obstáculo considerable , porque quien la padece no lleva a cabo la práctica paciente que es absolutamente necesaria para poner en marcha los factores internos de iluminación, tales como la atención consciente, la ecuanimidad, el sosiego, contento interior, la energía o esfuerzo consciente y la lucidez. Estos muchas veces están aletargados y se requiere un entrenamiento concienzudo para que emerjan y se actualicen.





El aprendiz de arquero

Un joven que siempre había deseado seguir la disciplina del arquero supo de la existencia de un maestro fabuloso que vivía en un solitario paraje, y acudió a visitarlo.

Te estaría sumamente agradecido si pudieras instruirme
Dijo el visitante
Solo lo hare si eres paciente y disciplinado
Tratare de serlo, venerable maestro

Durante mucho tiempo, el maestro le enseño a lanzar la flecha tensando mucho el arco. Después de meses de arduo entrenamiento, el aprendiz tensaba tanto el arco que la flecha siempre iba mucho más allá de la diana.
Sigue, sigue practicando como te he indicado.
Después de mees, el maestro le enseñó a disparar la flecha tensando muy poco el arco. De esta manera la flecha no se aproximaba a la diana. El aprendiz espetó:

Pero esto es un desatino. Meses tensando tanto que la flecha dejaba atrás la diana y ahora tensando tan débilmente que no se acerca a ella.
¿No prometiste que serias paciente y disciplinado?
Si así es, pero no comprendo vuestro modo de enseñarme.
No eres lo suficientemente paciente, ni disciplinado y tampoco lo bastante sagaz. ¿Qué por qué he utilizado esta técnica?

Para que aprendieras a equilibrar la tensión del arco: el primer entrenamiento es para familiarizarse con tensar en demasía y después con tensar en defecto y así poder hallar la tensión equilibrada cuando se requiera. Dirígete a otro maestro. Esta es mi manera de enseñar y tú no encajas en ella.

Comentario
El aprendizaje de cualquier orden puede afrontarse de muchas maneras. Hay un aprendizaje mecánico, desagradable de rala disciplina e inadecuada actitud, ese es aprendizaje, pero no permite crecer interiormente, no activa la consciencia, sino que en la medida en que el aprendizaje se va imponiendo se toma un habito y se vuelve maquinal e irreflexivo. Pero hay un aprendizaje que es bien distinto, que constituye una vía o senda de autodesarrollo, que requiere una actitud adecuada y un ánimo presto y armónico. Este tipo de aprendizaje desarrolla la consciencia, afina la percepción, aviva los sentidos, equilibra el ánimo, fortalece la mente y no crea la obsesión por ganar o perder, vencer o fracasar, porque se sitúa más allá de los opuestos mentales y sigue la dirección correcta.

Un aprendizaje así, de cualquier cosa que sea (desde aprender a cuidar un jardín hasta aprender a escalar), es un camino de auto integración y se convierte en un modo de conocerse y desarrollarse. Pero ese aprendizaje no puede ser reducido a lo mediocre, a la chapuza, a la acción repetitiva que llega a hacerse mecánica. Para que el aprendizaje sea una senda tiene que respetar unas pautas, una disciplina consciente que entronca con lo inconsciente, un modo de ver y una manera de responder que no es la reacción mecánica e impulsiva. En la medida en que se avanza en este aprendizaje hacia afuera, se avanza en la conquista de uno mismo. El aprendizaje es una forma muy eficiente de ejercitar y desplegar la consciencia, y por eso requiere que sea plenamente consciente. No puede ser rápido, ni se puede aspirar a obtener los resultados u objetivos de un modo obsesivo. El aprendizaje es sereno pero muy consistente, paciente y a la vez diligente y en él no debe operar la afirmación del ego, sino la intuitiva energía del ser.

Todo aprendizaje entendido espiritualmente y convertido en camino para la evolución de la consciencia debe apoyarse en la atención sosegada, en el esfuerzo consciente, en la acción diestra y en una intención pura y que no se deje encadenar o enturbiar por el sentido de triunfo o derrota. Cualquier actividad es apta para este ejercicio de aprendizaje. Mientras la acción se efectúa, el pensamiento ha de estar contenido, pues el aprendizaje también es un medio de cultivar la atención plena y de no dar rienda suelta a los pensamientos maquinales. Conviene armonizar el cuerpo, la mente y las energías y dar a cada paso del proceso de aprendizaje una gran importancia, pues cada momento de este viaje es una meta, y el camino ya es la cima. Se trata de evitar desfallecer, o de reponerse cuando surge el desfallecimiento, ser incluso ecuánime con uno mismo y tratar de restablecer el equilibrio cuando este se extravía.

El aprendizaje se convierte así en un arte de vivir, donde uno se ejercita para desarrollar una habilidad sin artificios y una mente sin trabas. La vida misma ya representa de por si el gran aprendizaje, el mayor entrenamiento, el modo más directo para limar el ego y superar las ataduras de la mente oscurecida.




En la cima de la colina


Tres amigos partieron de excursión. A lo lejos, sobre la cima de una colina, divisaron a un hombre sentado y comenzaron a especular. Uno de ellos dijo:
Seguro que ese hombre está esperando a alguien
Otro asevero
No, probablemente se ha perdido
El tercero declaro
Lo que sucede es que se encuentra indispuesto

Cada uno de ellos quería imponer su argumento, y así decidieron que lo mejor para salir de dudas era acercarse hasta el hombre y preguntarle. De ese modo procedieron y cuando estaban frente al desconocido, uno de los excursionistas le dijo:
¿Verdad que está aquí esperando alguien?
No repuso el hombre
¿A qué se ha perdido? Dijo otro de los excursionistas
No
¿No es cierto que se siente enfermo? Inquirió el tercero
No
Y entonces los tres excursionistas, intrigados, preguntaron al unísono:
Y entonces ¿Qué hace?
Simplemente estoy repuso el hombre.

Comentario:
En el “simplemente estar” puede haber mucha belleza, mucha calma, mucha presencia del ser y de ser uno mismo. Cuando las aguas del lago se remansan, se tornan traslucidas y claras. Saber parar es un gran secreto que pocas personas practican; saber detenerse es saber conectar con la mente límpida que hay en uno mismo más allá de la mente caótica. Hace muchos años entreviste al yogui Hari, que vivía en una cueva cerca de Katmandu, y me dijo “El secreto está en parar”. Parar es saber desconectar, y no solamente detener el cuerpo, sino tranquilizar la mente liberándola del pasado y del futuro, de la intención y la reacción, del afán o de la aversión, dejarla despejada como un cielo sin nubes, vaciarla de charloteo, para que recupere su propio silencio balsámico y repose de verdad en lo que es. No es fácil. Debe haber, una ausencia de actividad mental y dejar que la mente se silencie y conecte con el instante presente. Que no tenga nada a que aferrarse, nada que recordar ni imaginar, nada que perseguir ni que rechazar. Es la enseñanza del sabio Tilopa:” No analices, no reflexiones, no pienses, mantén tu mente en un estado natural” Pero el estado natural-artificial de la mente común es el desorden, el incesante parloteo, la preocupación. Cada vez que logramos permanecer con la mente alerta pero silenciosa, atenta y sosegada, drenamos fango del subconsciente y le abrimos a la mente una perspectiva más amplia e incondicionada. Como explico en mi relato espiritual En busca del faquir, hay cuatro estados: ordena, limpia, restablece y equilibra.

Se nos ha enseñado a pensar y a que los pensamientos, más frecuentemente, nos piensen, pero no se nos ha enseñado a dejar de pensar, o sea, a estar y a ser. Cuando simplemente “estamos”, sin ansiedad, apaciblemente, puede ser recobrado otro modo de percibir, y la mente va dando un giro en su visión, y por tanto en su comprensión. Imitemos al hombre de la cima de la colina, Sentémonos diariamente, no para proyectar, ni para reflexionar, ni para enredar con la mente, sino para estar sosegados, perceptivos y a la vez serenos. Hay un ejercicio de meditación que se denomina “atención serena”, consistente en estar alerta pero sosegado, aquí y ahora, calmo pero vigilante. Entonces uno va alcanzando la “conciencia-iluminada” y se siente en el mundo, pero no solo siendo ese complejo. Volviendo a Tilopa: “Vacía la mente y no pienses en nada” Entonces hay presencia, a la vez unidad y a la vez plenitud. Como dice el Yoga – Vasishtha: “Ve y zambúllete en la soledad espiritual, y lava tu alma en el néctar de la meditación ambrosiaca. Sumérgete en la profundidad de la unidad y aléjate de las olas de la dualidad y de las aguas de la diversidad.


La actitud equilibrada

El maestro se dirigió a sus discípulos para decirles:

Tratad siempre de mantener la actitud equilibrada, que se basa en la respuesta consciente y no en la reacción incontrolada.

Uno y otro día el maestro repetía la misma enseñanza. Entonces los discípulos le confesaron:

No terminamos de entender lo que quieres mostrarnos.

En ese caso dijo el maestro, quiero que contempléis vuestra propia sombra y que moviéndoos, comprobéis que sucede con ella.

Así lo hicieron los discípulos. Comprobaron que si iba hacia la sombra esta se aleja y si huían de ella, se echaba hacia ellos.

¿Os dais cuenta? Dijo el maestro. Vuestro cuerpo actúa, pero la sombra reacciona.

¿Y? preguntaron asombrados los discípulos.

Que cuando no hay actitud equilibrada y consciente, nuestra alma es como la sombra: no actúa, sino que reacciona. Cuando os halagan, os alegráis, y cuando os insultan os resentís. Ante la buena noticia es sentís satisfechos y ante la mala, deprimidos.
Siempre estáis reaccionando. Queréis al que os quiere y detestáis al que os detesta. No hay actitud correcta, no hay acción equilibrada, sino solo fea reacción.

Comentario:
Existe un proceso que se denomina identificación y que tiene un gran poder para engendrar la reactividad mental y de esa forma genera pensamientos y actitudes obsesivas y desequilibradas. Debido al proceso de identificación, las cosas nos toman y arrebatan y nos hacen perder nuestra presencia de ser y, por tanto, nuestro equilibrio, nos embotan de tal modo que nos hacen olvidar nuestra naturaleza original, y consiguen que procedamos como verdaderas maquinas ciegas y descontroladas. Nos dominan así estados mentales negativos, sea de odio, celos, envidia, ira u otros y de tal manera nos toman, es decir, nos identifican, que perdemos el juicio y el autocontrol y podemos reaccionar de las formas más destructivas o perversas. La identificación nos ciega y nos convierte en marionetas, nos atolondra de tal modo que la persona se convierte en un resorte mecánico, que está a merced de las emociones y los estados mentales negativos. El ego se colorea como un camaleón y se deja identificar por aquello que le place o le disgusta y reacciona en consecuencia, sin que la razón pueda imponer su poder equilibrante y regulador.

Pero el yoga y las técnicas de autorrealización ponen los medios y preparan para poderse desautomatizar, alertar la consciencia, equilibrar el ánimo y poder sustraerse al influjo a veces muy nocivo de la identificación, que siempre es ciega y mecánica. Esta nada tiene que ver con la comunión, que es une estado de plenitud y consciencia. Cuando se produce la identificación, se deja de ser uno mismo y se es objeto de un puñado de tendencias, impulsos o incluso instintos destructivos, con lo cual se pierde la capacidad de reflexionar. Nos identificamos a menudo con las cosas y los eventos del exterior, pero más aun con nuestros compulsivos anhelos, estados de ira y odio, miedo y afán de venganza, ansiedad y vanidad.

Al identificarnos plenamente con un objeto o estado mental, dejamos de ser nosotros mismos o, para expresarlo de otra manera, nos ausentamos de nuestro propio ser. Tal como lo definen los maestros de Oriente, nos exiliamos de la primera causa (que es nuestra naturaleza real) y vivimos solo en la segunda causa, que es nuestro apego y sus compulsiones y ansiedades. En la senda del autodesarrollo y el autoconocimiento se trata de comenzar a establecerse y vivir desde la primera causa, es decir, desde el yo real y no solo desde lo adquirido o la máscara de nuestra personalidad. Para quebrar el proceso de identificación mecánica, solo es necesario estar muy atento y vigilarse, y sobre todo, evitar afectarse por lo que sucede fuera y dentro de uno mismo, no dejarse llevar ciegamente por ello.

Causa de identificación es el apego, esa poderosa inclinación hacia lo que nos place, y que no nos basta con disfrutarlo sanamente, sino que lo ansiamos, necesitamos poseerlo, nos aferramos a ello, se despierta con el todo nuestro afán de posesividad y empieza el miedo a perder lo poseído. Pero el ser humano es tan mecánico que tiende a identificarse con todo y la identificación es una adormidera que nos hace vorazmente egoístas y además nos acartona espiritualmente.



Equilibrio mental

Maestro ¿Cómo te ejercitas tú en el equilibrio de la mente?
Cuando llega el disfrute, disfruto intensamente. Cuando llega el dolor, sufro ecuánimemente.
Pero ¿no es eso lo que todo el mundo hace?
No, no es eso, insensato. Lo que todo el mundo hace es aferrarse al disfrute y convertirlo en sufrimiento, rechazar el dolor inevitable y generar mucho más dolor. Yo disfruto intensamente y sufro ecuánimemente. Así me ejercito en el equilibrio de la mente.

Comentario
Nadie puede escapar de lo agradable ni de lo desagradable. Nadie puede sustraerse a la sensación grata y a la sensación ingrata, y aquí también se incluye la sensación mental. Una dimensión estrecha de la mente, condicionada por la reacción a lo grato, crea apego y aferramiento, y como reacción a lo ingrato, genera aversión y odio, pero esa es solo una pequeña dimensión, mas por fortuna no toda la mente. El que se balancea entre el gusto y el disgusto, el apego y la aversión, no puede disfrutar del equilibrio. Le resulta imposible, porque su mente está muy condicionada, y su visión se halla siempre perturbada por el aferramiento. No tiene una visión clara, ni cabal y tampoco entendimiento correcto o revelador. Si uno no trabaja sobre sí mismo, la mente solo se desenvuelve en esa dimensión repetitiva y torpe que embota la consciencia y roba frescura y vitalidad a la vida y que la convierte en algo feo y mezquino.
Sin embargo, existe otra dimensión. La del equilibrio, orden, claridad y ecuanimidad. En ella se da el gusto y el disgusto, pero no se produce tanto apego al gusto ni tanto odio al disgusto. Cuando llega el placer, se disfruta, sin aferramiento, porque nada hay que aferrar, pues todo pasa, gira, muda, cuando viene el dolor, se sufre, pero sin frustración, odio, ira o aversión extrema o de otra forma no se emerge del dolor, sino que se acumula en mayor grado. Si en la mente hay un poco menos de avidez y odio, la visión es mas claro, desvela y permite una visión más cabal y penetrante, en suma, más liberadora. Saber situarse en el punto de equilibrio entre el placer y el dolor es muy importante para evitar extremarse en el apego o el odio. Cuando se reposa en la mente incondicionada, hay respuestas vivas, pero no reacciones enfermizas, sin embargo, desde la dimensión condicionada dela mente, solo hay reacciones desmesuradas y neurosis. Desde esta dimensión condicionada solo funciona el ego y el ego se ve a sí mismo y poco más, desde la dimensión incondicionada y equilibrada, surge el elemento sutil y magnifico de la sabiduría y uno se establece en un centro de consciencia inafectada que no es una actitud tan egocéntrica ni personalista.




La mujer equilibrada

Durante muchos años fue la soltera de la localidad. Un día pasó por allí un feriante y se desposo con ella. A lo largo de algunos años, la pareja mantuvo una relación perfecta, pero una madrugada el hombre se marchó en busca de libertad. La mujer volvió a quedarse sola. Las féminas del pueblo fueron a verla y le dijeron.
Debes tener una llaga en el corazón. ¡Se te veía tan contenta con ese hombre!
¿Una llaga? En absoluto, amigas. No tenía una llaga en el corazón antes de que llegara ese hombre y ahora que se ha ido mi corazón esta como antes de que llegara: sin ninguna llaga e igual de contento. Vino y se fue, como la vida nos toma y nos deja.

Comentario
Cuando nos atamos mórbidamente a algo o a alguien, desplazamos el centro de nuestro ser y nos exiliamos de nuestro propio hogar interior. Entonces comienza una forma de esclavitud, pero además desalojamos mucha de nuestra energía y nos volvemos espiritualmente famélicos, pues el contento y el descontento ya no proceden de nosotros mismos, sino de los hechos o de las personas, ya nos sean gratas o ingratas. Pero cuando se consigue madurez interior, se resuelven muchos conflictos internos y se aproxima uno a su naturaleza, real, entonces es posible mantener una actitud de serenidad y equilibrio en situaciones que a otros muchos les turbarían o desgarrarían. Desde luego, toda persona prefiere lo placentero a lo que no lo es, pero cuando se ha recuperado el hogar interior, la actitud es bien diferente ante una y otra situación existencial. Si uno interiormente se encuentra integrado, aun en las situaciones difíciles mantiene ese estado de armonía. Por todo ello, los vínculos con los demás deben establecerse a partir de la verdadera generosidad, el desprendimiento, el amor consciente, la recíproca y genuina cooperación, el afecto más desinteresado, la mutua libertad y respeto, el equilibrio y la armonía en el trato, y con menos apego o instinto de dependencia. Conviene mitigar el afán de posesividad y reeducarse lo suficiente para no permitir que nuestras carencias y deficiencias malogren la relación y la desarmonicen.
También es muy necesaria la paciencia, porque tanto si contamos o no con la otra persona, tanto si la tratamos como si se aleja de nosotros, esta cualidad nos ayudara extraordinariamente para no desesperar. Además la actitud paciente es muy provechosa en toda relación humana para no alterarse, no entrar en banales e irritantes discusiones, no utilizar dañina e inconscientemente la palabra o ser adusto en gestos y conductas.



La Mansión de la Liberación

Sé paciente, investiga y hallaras la Mansión de la Liberación
Le ha había dicho el maestro.
Pero la paciencia se le fue agotando y el aspirante empezó a desesperarse. Entonces acudió a ver al maestro y le confeso:
No, no la he hallado.
Pero ¿Cómo es posible? Dijo el maestro. La Mansión de la Liberación es tu propia mansión.
¿Y dónde está mi propia mansión? Pregunto exasperado el aspirante.
El maestro repuso:
Investiga en el que pregunta porque él es el dueño de tu propia Mansión de la Liberación. Pero hazlo con paciencia. Esa mansión no tiene puerta trasera.

Comentario
Se buscan otras puertas y solo hay una. A veces es tan evidente que no se quiere ver, que uno desea complicarse las cosas buscando puertas traseras. Se actúa con impaciencia, con ansiedad, y resulta que la p uerta está al frente de la mansión de la propia persona. Todo ser humano se compone de lo adquirido y de lo real. Lo real es como el buje de una rueda, que soporta con los radios todo lo adquirido, pero siempre estamos en la superficie y no en el eje. La liberación no hay que ir a buscarla fuera de nosotros, porque si fuese adquirida se volvería a perder y está en uno mismo, como el calor esta en las brasas. Pero no sabemos recoger la mente para que encuentre su hogar interior y busca refugio donde no puede hallarlo, se desespera, frustra y enferma, de espaldas a su mansión de paz. La mente ordinaria es el escenario de personas innumerables que son los pensamientos, y es a la vez la gran farsante que no deja de actuar.
Existe, sin embargo, otro tipo de energía o mente-no-mente que esta más allá de la mente ordinaria, de la farsante y de su escenario de pensamientos. Cuando se vive en lo adquirido, se desconoce lo real, si se habita en la máscara o personalidad se deja de escuchar la voz de la esencia o la naturaleza real. Buscamos puertas traseras y no las hay, solo hallamos miserables y vetustos callejones sin salida…, y así la vida puede consumirse tan inútilmente, a pesar de que la gran mansión nos espera y, más aun, nos pertenece. El buscador espiritual busca sin tregua, día y noche, la Mansión de la Liberación. Esta búsqueda requiere mucha energía, valor, intrepidez, para dejar de ser lo que se cree que uno es y recuperar lo que nunca se dejó de ser en verdad. Es requerida una mutación radical, pero esta no puede llegar rápidamente. La Mansión siempre ha estado ahí, pero nos hemos alejado de ella. El maestro no está fuera, lo sagrado no se halla en el templo o lejos de nosotros. Como declaran los místicos: “El Divino esta más cerca de uno que la propia yugular”. Pero para darse cuenta de ello se requiere un método (el yoga) y el despertar de la sabiduría, como sostiene el Trishikhi-Brahmana-Upanishad: “Aquel que no posea el yoga y la sabiduría será incapaz de alcanzar el estado de liberación”.



La taza de té

Un activo y acaudalado hombre estaba empeñado en tomar una taza de té con un apacible sabio. El sabio le dijo:
Tomaremos cualquier día la taza de te
Pasaron las semanas. El sabio y el hombre acaudalado se cruzaron por la calle y el primero le repitió:
Tomaremos cualquier día la taza de te
Transcurrieron unos meses y volvieron a encontrarse, ocasión que aprovecho el sabio para decirle:
Tomaremos cualquier día la taza de te
Pero ¿Cuándo será ese día? Pregunto malhumorado e impaciente el hombre acaudalado.
El sabio repuso
Si no va acompañada de paciencia y sosiego, una taza de té no sabe igual. Tomaremos cualquier día esa taza de té.

Comentario
La propia voracidad perturba la capacidad de disfrute. Buen número de personas no saben gozar serenamente de las cosas sencillas de la vida, que son las más hermosas. Todos estamos cargados de deseos artificiales, que son los deseos de otros interiorizados en nosotros mismos, de modo que no nos hallamos lo suficientemente perceptivos y sosegados para poder conectar con las cosas sencillas y disfrutarlas, sin artificios, apego o aferramiento. La impaciencia nos aturde y a su vez genera inquietud, y todo ello es un obstáculo y una desventaja tanto en la vida cotidiana como en la senda del autoconocimiento. La impaciencia aturde, atolondra, provoca ansiedad, proyecta hacia el futuro y desconecta de la realidad momentánea y también tensa y roba la paz mental.

No es lo mismo degustar una taza de té desde la paciencia y el sosiego que desde la ansiedad y la intranquilidad, como tampoco lo es pasear, relacionarse, contemplar la naturaleza, viajar, estar solo o en compañía.

No es lo mismo estar preocupados e impacientes que serenos y conformes atenta y ecuánimemente a lo que en cada momento va sucediendo. Desde la impaciencia se rompe la armonía con la vida y sus acontecimientos, pero desde la paciencia y el sosiego se logra fluir con cada situación y acoplarse sabiamente a las configuraciones y los arabescos de la existencia, y así evitar inútiles resistencias, conflictos y desdichas. La mente que mora en la quietud sabe deleitarse con aquellas pequeñas cosas que son las grandes y sabe armonizarse con las dualidades de la existencia sin generar tensión innecesaria, sin dejarse turbar en exceso, con ánimo entonado y a la vez equilibrado. En ese estado se aprende del fracaso y uno no se deja arrastrar por la excesiva decepción y de esta forma evita precipitarse en esas trampas que son los extremos y que impiden la visión clara.

Existe una esencia de calma y claridad en la mente que desaparece cuando estamos ansiosos o impacientes, pero que nos reporta su sosiego balsámico cuando nos acrisolamos en la paciencia y la ecuanimidad. Hay que darle su tiempo a cada momento, a cada ocasión, a cada taza de té, a cada charla y a cada encuentro. Sin paciencia no es posible cultivar una buena amistad, porque la amistad es dar nuestro tiempo, y el impaciente, como el egocéntrico y el avaro, no lo dan. Sin paciencia no es posible fomentar una relación afectiva de ningún tipo. La paciencia favorece el sosiego, del mismo modo que el sosiego estimula la paciencia. La persona paciente es más equilibrada y la equilibrada es más paciente. La agitación, la inestabilidad, la angustia y la desazón perturban el entendimiento.

Para trabajar la paciencia hay que dominar conscientemente el impulso voraz de conseguir lo que place o reporta satisfacción. Si estás impaciente por lo que te va a hacer disfrutar, cuando comiences a disfrutarlo ya estar impaciente por el próximo goce y tampoco podrás disfrutar ese momento de deleite. Así es la mente: anhela lo que no tiene y no sabe apreciar lo que tiene, se niega y se resiste a lo que es y persigue lo que no es, anticipa placeres de futuro e impacientemente quiere lograrlos. Si no puede obtenerlos tan pronto como desea, se resiente, se frustra, se irrita y crea malestar y desorden, si lo consigue en seguida se despreocupa de ello y lo desatiende, porque ya está deseando con impaciencia que llegue el próximo placer.

La impaciencia es insatisfacción profunda e incapacidad para pensar en el presente. Si gozas con lo que es ¿de dónde surge el sentimiento de impaciencia? Pero la impaciencia es también apego, voracidad, anhelo compulsivo. Asimismo representa una falta de aceptación consciente de los acontecimientos que cursan con naturalidad. El impaciente se puede comparar con la persona que está haciendo un viaje y cuando llega a un lugar no lo ve ni lo disfruta porque ya está ansiando estar en el siguiente. La impaciencia evidencia también falta de autocontrol y aplomo, y casi siempre se traduce in intranquilidad y nerviosismo. La ciega identificación con lo deseado crea apego e impaciencia por poseer y retener lo deseado.

El que se ejercita en la calma mental va superando la impaciencia en la medida también en que es capaz de refrenar el deseo compulsivo y darle tiempo al tiempo. El alfarero trabaja con paciencia y también con paciencia talla el diamante el buen joyero. Pero además, conforme uno trabaja sobre sí mismo y va desarrollándose espiritualmente, al estar más completo en sí mismo, no es víctima de la impaciencia que produce el apego y la persecución de lo placentero. Así aprende a hacer sin hacer o dicho de otro modo a hacer con consciencia, precisión y lo mejor que puede en todo momento y circunstancia, sin dejarse atrapar por la acción ni mucho menos por sus resultados.

La impaciencia también nos ciega a veces de tal manera que no tenemos ojos para ver las necesidades ajenas, nos hace perseguir frenéticamente nuestros fines o placeres, perjudicando a los demás y como dice el Dhammapada, “Aquel que desea su propia felicidad causando sufrimiento a los otros, no está librado del odio, puesto que el mismo esta apresado en las redes del odio” La paciencia hace posible la tenacidad necesaria para avanzar en la vía hacia la liberación de la mente y pone los medios para la total calma mental. Como declara el Yoga-Vasishtha, “Cuando se libera de su habitual inconstancia y de su acaloramiento febril, reencuentra su antigua serenidad, como la ola, al romper en el océano, retorna al estado de agua calma de la que salió”.



Paciencia

Desde niños habían sido grandes amigos. Uno de ellos era mandarín y le habían ofrecido un importante puesto oficial. Estaba preocupado por la responsabilidad que tendría que adquirir necesariamente, por lo que le rogo a su amigo de la infancia que viniera a verle y le puso al corriente de la situación.

Tú que eres un hombre tan equilibrado, dame algún consejo, le pidió el mandarín.
Te recomiendo, amigo mío, que siempre seas paciente. Suceda lo que suceda, se paciente. Ejercítate sin tregua en la paciencia. Es el mejor consejo que puedo brindarte.

Tienes razón, convino el mandarín. Seré paciente, muy paciente. No dejare de entrenarme en la paciencia.
Los dos amigos se encontraban a gusto tomando una taza de té.
Sé paciente, muy paciente. No lo olvides.
No, no lo olvidare, aseguro el mandarín. Seré paciente.
Transcurrieron unos minutos.
Paciencia, mucha paciencia, ¿de acuerdo?
Si, si, la tendré, la tendré
Cuando se estaban despidiendo, el visitante insistió:
Paciencia, necesitas mucha paciencia. Pase lo que pase.
El mandarín, exasperado, exclamo
Pero ¿es que me tomas por un estúpido? ¡Deja de repetir lo mismo! ¡Me estas sacando de quicio!
El visitante, sosegado, le dijo:
Me complace ver cómo te ejercitas en la paciencia.
El mandarín se sintió avergonzado, pero muy agradecido, porque sabía que su amigo le había sometido a una valiosa prueba. Le abrazo y admitió.
¡Qué difícil es ser paciente!

Nunca olvido la lección y desempeño pacientemente su cargo.


Comentario

La paciencia es una cualidad preciosa. No solamente es el antídoto de la impaciencia, sino que reporta un sentimiento de fortaleza, integración y equilibrio interior, pues procura coherencia interna y una sensación de incomparable cohesión. Ello es porque la paciencia misma reporta una especial cualidad de consciencia, equilibrio y sosiego, y con ella aumenta la capacidad de resistencia. También favorece una visión más clara y un proceder más reflexivo. Sin embargo, es muy difícil practicar y desarrollar la que fue considerada por todos los sabios antiguos de Oriente como una de las perfecciones del ser humano, de la cual derivan muchas cosas buenas. Coopera en la quietud de los pensamientos, así como en la palabra consciente y precisa, y en la acción diestra y menos compulsiva.

Evita así y previene contra innumerables errores de todo tipo y es un verdadero bálsamo para la mente, a la par que nos ayuda a reunificar mejor las energías (no dispersarlas mediante la impaciencia compulsiva). Nos invita a saber esperar, a desarrollar un ánimo más estable y una ocasión oportuna para proceder, sin inútil y a veces irreparable, precipitación, también aumenta la capacidad de resistencia anímica, refuerza la voluntad, despeja el entendimiento y fomenta la fortaleza espiritual.

Sin embargo, para que la paciencia llegue realmente a manifestarse de un modo espontaneo y natural, y para que forme parte de nosotros mismos, tenemos que trabajarla de manera también paciente, pues en la mayoría de nosotros es una simiente aletargada, que debe ser cultivada y desplegada. Se tiende al apresuramiento, a la obsesión por los resultados, a la exasperación, al disgusto, a la ansiedad y la alteración anímica. Se trata de adiestrarse con perseverancia en la paciencia y tratar de recobrarla cuando uno la pierda a menudo, a veces con mucha frecuencia, aun proponiéndose evitarlo. Por eso también hay que recurrir a esa gema preciosa de la mente que es la atención. Muchas veces perdemos la paciencia o no nos adiestramos adecuadamente en la misma por falta de atención, ya que ni siquiera recordamos que hay que ejercitarse en la paciencia, o no estamos lo suficientemente atentos para hacerlo.

La paciencia también es saber adaptarse a lo inevitable mientras lo sea, para no tener reacciones desmesuradas e insanas de desesperación, desfallecimiento o abatimiento. Bruñirse en la paciencia no es tarea fácil, y también requiere fuerza de voluntad, disciplina y motivación. Aunque se precisa no poca energía para irse acrisolando en la paciencia, esta a su vez nos reporta energía extra muy valiosa, y nos ayuda a no diseminarla con el sentimiento de impaciencia, urgencia desmesurada o inquietud.

La paciencia nos hace menos desdichados y nos ayuda a recobrar el equilibrio de la mente, así como a trabajar con una actitud mental más armónica y ecuánime.

Paciencia y ecuanimidad están muy cerca. La persona ecuánime se torna paciente y la persona paciente desarrolla, mediante su actitud de paciencia, ecuanimidad. Requerimos necesariamente de la paciencia para llevar a cabo con mayor precisión y destreza toda actividad, incluso, por supuesto, las laborales cualesquiera que sean, para atender a las personas queridas.

Con el bálsamo de la paciencia se pueden evitar actitudes y comportamientos precipitados y lesivos, se puede disfrutar de la naturaleza y por supuesto, seguir la senda de la evolución interior. En ella habrá numerosos escollos que solo podremos salvar mediante una actitud paciente y un ánimo sereno y ecuánime, con el esfuerzo consciente y regular, y poniendo la paciencia al servicio del autoconocimiento y el perfeccionamiento de uno mismo.


El modo de equilibrarse



Una vez al mes estallaba en sonoras y prologadas carcajadas.
Una vez al mes se precipitaba en un desconsolado llanto y las lágrimas le llegaban a los pies. El resto del tiempo permanencia sereno y con una hermosa media sonrisa en los labios. Así venía sucediendo a lo largo de los años, y algunos de sus discípulos, intrigados, le preguntaron:
¿A qué viene tanta risa y a que viene tanto llanto?

Las cosas tienen su modo de equilibrarse- dijo el mentor.
No te entendemos.
Mi mente y mi cuerpo se van a un extremo y se alborozan, luego, para equilibrarse, se van al otro y se desconsuelan. Así tienen las cosas su modo de equilibrarse, pero yo permanezco en el centro del alborozo y del desconsuelo, contemplando pacientemente ese proceso de equilibrio.

Comentario
En la naturaleza misma, de acuerdo con la antigua sabiduría hindú, hay tres potencias o cualidades: la actividad o agitación, la inercia y la pureza o armonía. Agitación e inercia son los dos lados del péndulo cósmico, en tanto la armonía es la fuerza equilibrante y conciliatoria.

Estas cualidades también se desenvuelven en la mente humana, en forma de ansiedad o desasosiego, pereza o abulia y pureza o equilibrio. Solo raramente disfrutamos de la pureza o equilibrio de la mente, pues a menudo atravesamos estados de ansiedad o desidia. Pero las dualidades se alternan para poder mantener cierto equilibrio: vigilia y sueño, hambre y saciedad, risa y llanto. Todos estamos sometidos a la ley de las dualidades, pero hay un estado, como dice el zen, más allá de la afirmación o negación, que es un testimonio de orden superior sin su opuesto. Es el punto de equilibrio, el centro del dolor y del placer, la armonía inafectada, la fuerza conciliadora, el Tao. El péndulo va de uno a otro lado, pero el “espectador” puede mantenerse en el centro, como lo hace la parte alta de la varilla del péndulo. Es el estado de equilibrio aun en el desequilibrio, de silencio aun en el estruendo, de calma aun en la agitación. Ese estado es el que procura la consciencia-testigo.

Los procesos siguen sucediéndose en el cuerpo y en la mente de la persona, pero su consciencia-testigo permanece impávida, no se identifica, no se deja colorear ciegamente por las mudables sensaciones, emociones y estados mentales. Hay calma, paz interior, visión inafectada. El espectador, cuando se lo propone, puede dejar de ver el espectáculo, es decir, puede desvincularse del espectáculo de las dualidades y mantenerse en la unidad que las anima y concilia.

Desde la consciencia de Tao, uno puede no implicarse en la dinámica del yin y del yang. Entonces, como sabio, hace sin hacer, o sea, no se afana, implica, esclaviza o identifica con la acción, pero la lleva a cabo lo mejor que puede, sin ansiosa volición, sin apego o aferramiento, renunciando al resultado. Así se establece uno en esa naturaleza imperturbada que es la consciencia pura, la cual en palabras de Kabir “carece de color, es única, indivisible y eterna. Inmune al oleaje del cambio, llena todas y cada una de mis venas”. Cuando el equilibrio se intensifica, la persona recibe el placer y el dolor como dos impostores.

En el Adyatma Ramayana leemos: “Después del placer, el dolor, después del dolor, el placer. Las criaturas no pueden evadirse de ellos, como no pueden evadirse de la sucesión de los días y de las noches. Se hallan íntimamente unidos, como el lodo y el agua. Por eso los sabios, conscientes de que todo es solamente ilusión, permanecen inmutables y no se entristecen ni se alegran por los acontecimientos desgraciados o felices. Mantienen su eje de armonía, pero no desde la falta de sensibilidad, sino desde la compasión profunda e infinita.


El príncipe arrogante


Un príncipe escucho hablar de un hombre imperturbable que vivía en una ermita en las montañas. Fue a visitarle y le dijo:
Soy muy poderoso, pero a veces me perturbo. Tengo entendido que tú no te perturbas nuca. ¿Dónde está tu poder?
En saber esperar contesto el hombre

Pero yo debo de tener más poder que tú y no autorizo que tú puedas tener más poder que yo.

¿Y qué podemos hacer? Pregunto el hombre

Enséñame a saber esperar. Entonces seré más poderoso que tú, porque tendré ese poder y además el de ser príncipe.
Saber esperar no es algo que sea fácil. La paciencia verdadera requiere un arduo entrenamiento.

El príncipe se quedó extrañado
¿Y en que ha consistido el tuyo?

En curtirme esperando, para poder tener frente a frente al hijo del rey tirano que destrono y mato a mi padre, el verdadero rey.
El hombre imperturbable saco una daga de debajo de su túnica. El príncipe palideció cuando vio la afilada hoja contra su cuello. Se movió y el mismo se hirió. El hombre le dijo:

No has sabido esperar y tú mismo te has herido. Arrojo la daga a distancia y añadió.: Al saber esperar, he hallado el equilibrio. Ya no te odio ni a ti ni a tu padre. La paciencia me ha liberado del afán de venganza. Sol te pido una cosa: déjame seguir mi camino en paz. Has tardado quince años en llegar, pero has llegado. Ahora vete

El príncipe se fue y un día gobernó el país. Lo hizo con paciencia y equilibrio, y cada vez que veía en su cuello la cicatriz de la daga, se decía: Saber esperar para hallar el equilibrio.

Comentario
Saber esperar es muy difícil, pero fortalece. Saber esperar requiere mucha energía, pero equilibra la visión. Saber esperar no es aguantarse o violentarse, ni simplemente someterse ansiosamente a la espera. Es permanecer integro, sosegado y firme en esa espera, sin dejar que la mente este corriendo, ansiando, esperando y afanándose, porque entonces no tiene espera y sigue anhelando compulsivamente. Saber esperar es una gran disciplina, una de las más difíciles si de verdad va acompañada por la actitud mental basada en la calma, el equilibrio y la contención del pensamiento neurótico. Saber esperar sin desfallecer, sin desesperar, sin sentir amargura ni desequilibrio es uno de los ejercicios supremos.

En la antigüedad los maestros sometían a sus discípulos a pruebas difíciles para comprobar si sabían esperar y solo cuando descubrían que sabían hacerlo les impartían la enseñanza. Hay que saber esperar hasta que es llegado el momento de actuar, se trata de ser reflexivo, pero no timorato, paciente, aunque no vacilante. En el instante en que la espera debe cesar, ha de cesar, porque la fruta, por ejemplo, tiene un tiempo para madurar, pero si madura demasiado es incomible. Conviene por tanto saber esperar, y saber hasta cuando hay que hacerlo. En cambio a veces, según las circunstancias, el error esta en esperar. ¿Se espera con la cabeza bajo el agua? ¿Se espera en medio de una calzada si viene un coche a toda velocidad? Pero angustiarse antes de que el acontecimiento se produzca es de necios. Si se espera demasiado, la puerta se cierra, si nos apresuramos antes de que se abra, nos estrellamos contra ella.

Incluso en el saber esperar tiene que haber un equilibrio, del mismo modo que la paciencia es esencial para que el equilibrio aparezca.
En la búsqueda de la dicha interior, la espera es necesaria, aunque a veces conviene desarrollar el esfuerzo tenaz. Existe un saber esperar lucido cuando procede hacerlo y un saber esperar neurótico o distorsionado (esperar cuando lo que procede es todo lo contrario). Lo importante es saber esperar sin dejar de caminar hacia lo pleno, sin obsesionarse, con visión clara, con ánimo presto. Porque el saber esperar no es inacción. El bhagavad-Gita sostiene: Tú debes perseguir la acción, pero solo a ella no a sus frutos, que estos no sean tu acicate, más por el contrario, no te entregues en la inacción. Pero la mente no adiestrada no sabe esperar, el ego es voraz, urge, ansia, esta henchido de avidez. Para saber esperar hay que lograr una visión equilibrada donde el apego y la aversión se debiliten. Pero basta para poder debilitar el ego conviene saber esperar con equilibrio y es imprescindible no dejar de trabajar sobre uno mismo, pues de otro modo surgirá la desesperación y abandonaremos la empresa.

Como declaraba Yogananda : No condenes al océano por el hecho de que no hayas encontrado en el la perla a través de una o dos inmersiones. Condena más bien tu modo de sumergirte. Aun no has buceado con suficiente profundidad. Así pues, ten paciencia para hallar la perla, pero cuando la encuentres no esperes ¡Atrápala!


La esencia sutil

Era un día hermoso y claro cuando un abuelo y su nieto salieron a pasear por el bosque. El niño pregunto de repente:
Abuelo, ¿Qué sucede cuando el cuerpo muere?
El cuerpo muere, pero no la esencia útil que está en ti, en mí y en todos los seres. Es la esencia sutil que todo lo anima.
No te entiendo, abuelo-replico el muchachito
El abuelo le dijo entonces:
Ve hasta aquel árbol y coge un fruto de sus ramas.
Así lo hizo el niño y el abuelo entonces le indico:
Ahora quita la cáscara a este fruto y dime que ves
El fruto, abuelo.
Abre el fruto. ¿Que ves?
Granitos minúsculos
Abre uno. ¿Qué ves ahora?
Nada, abuelo. No hay nada dentro
Y el abuelo explico:
Esa esencia sutil que tus ojos no pueden ver mantiene en pie al gran árbol, nos mantiene vivos a ti y a mí. Hace posible el agua, el viento, el fuego. No ves esa esencia sutil pero está ahí. Rige todos los universos y equilibra sus elementos. Aplícate a ella, pacientemente y no habrá para ti, querido mío, esclavitud ni desdicha.

Comentario
Saber conectar con los elementos y leyes de la naturaleza y orientarse a través de ellos es un modo de vivir en equilibrio y saber establecerse, asimismo, en el proceso cósmico que nos anima y que hace posibles todas las funciones del cuerpo y de la mente. Sin embargo, a menudo nos desequilibramos neciamente en nuestros elementos, no sabemos fluir con las energías vitales y mucho menos sentir nuestra realidad más íntima. Entonces nuestro entendimiento es muy limitado y la ofuscación de la mente, que entronca con el ego, y origina el apego y el odio, impide captar lo que está más allá de la mente o detrás de su superficie.
Existen diversos tipos de percepción. Desde tiempos inmemoriales los sabios han hecho referencia a un tipo de percepción supra consciente (denominada en el yoga “percepción yoguica”) que no esta tan condicionada como la percepción ordinaria y que, por tanto, reporta más sabiduría y un entendimiento más claro y penetrante.

Esta percepción nos aproxima a realidades que se esconden tras la “realidad “aparente. Como no estamos establecidos en nuestra naturaleza original y hay tanto desorden en la mente humana, no dejan de sucederse las injusticias y brutalidades y de forma inútil e innecesaria, el ser humano genera mucho sufrimiento.

A pesar de que la mayoría de las mentes humanas, en mayor o menor grado, esta arrastrada por la ofuscación, la codicia, el odio, la ira, los celos y otros sentimientos nocivos, la persona puede realizar un paciente trabajo para irse despegando de esos estados mentales nocivos y así lograr sustraerse a los mismos, e ir estableciéndose en otra dimensión de consciencia, más libre e inafectada.

Es importante apreciar estos estados sin sucumbir a ellos y tratar de mantenerse como imperturbable espectador de los mismos, y así ir profundizando en lo que hay de más íntimo en uno mismo y que es la energía común a todos los seres con sentimientos


Visión equilibrada

Un grupo de discípulos discutía acaloradamente sobre si había o no destino. No lograban ponerse de acuerdo y cada uno se aferraba radicalmente a su idea. Entonces llego el maestro y los vio disputando de mala manera, incluso se zaherían y se menospreciaban. Unos afirmaban que había destino y otros que existía libre albedrío.
Sois como cuervos y búhos, incapaces de poneros unos en el enfoque de los otros, pues mientras para los cuervos el día es el día, para los búhos la noche es el día.

Aseguramos que todo es debido al destino – insistieron algunos discípulos.
Todo es libre albedrio- gritaron los otros.

El maestro dijo:
Atended a la siguiente historia. Un experto zapatero fabricaba mejores zapatos que uno pudiera imaginar, pero nació en un país donde las personas carecían de pies. Es el destino. Mas el hombre no se amilano y aprovecho todas sus habilidades para fabricar guantes. Eso es el libre albedrio. Discutís y discutís, pero sin visión equilibrada.

Comentario
En el antiguo Oriente los maestros nunca han sido radicales en sus posiciones filosóficas o metafísicas, porque sabían que todo son puntos de partida y que cada persona opta por el que en principio se aviene mejor con su modo de ser, sus actitudes o creencias. Nunca debe uno aferrarse a las ideas, creencias u opiniones, sino que conviene ir mas allá de ellas, a la experiencia, pues solo la experiencia es reveladora y transformadora. Muchas son las escaleras que pueden conducir a la piscina y empero, el agua es una. Las posiciones radicales solo consiguen aferrarse a las ideas, y son uno de los más peligrosos apegos y condicionamientos.

En Occidente las posiciones filosóficas o metafísicas siempre han sido muy radicales y han llegado a ser asfixiantemente dogmáticas. O hay Dios o no hay Dios, o existe el alma o es inexistente, o hay trascendencia o no la hay, o hay destino o libre albedrio. También podría ser ni una cosa ni otra, sino todo lo contrario. La maraña de opiniones no reporta el equilibrio de visión, ni de actitud, ni de proceder. Para los antiguos sabios orientales hay y no hay destino, pues creen, una vez más en la conciliación de los opuestos. El destino para ellos es lo que viene dado: un cuerpo de ser humano, nacer en un país y en una familia…, en suma el cauce del propio rio existencial. Pero en la corriente de la vida uno puede bucear o ir por la superficie, decantarse a una orilla u otra, dejarse llevar por las aguas o resistirse a ellas…, en definitiva, existe la posibilidad de tomar algunas decisiones. Como se dice en una escritura clásica de la India, cada vez que se pone el pie en el suelo se abren mil caminos. Uno es responsable de sus actos y estos traen unas consecuencias y lo que en cada momento se hace siempre desencadena una reacción.

Aun si uno no ha elegido como es su mente, puede trabajar sobre ella para irla equilibrando y para ir descorriendo los velos que oscurecen y falsean su visión: los interpretativos, los egoístas y los reactivos. De esta manera uno se va convirtiendo en artífice de su mente, en el arquitecto que la va configurando con la disciplina adecuada, y no solo es hijo de ella. Mediante el cultivo de la virtud genuina, el desarrollo de la mente equilibrada y la energía de la sabiduría, la persona va dando oro sentido a su vida, y logra un modo de entender y ser que contribuye a la evolución de su consciencia y a la evolución de los demás. Aun con un destino que no os es dado, podemos entrenarnos para modificar las actitudes y reacciones, refrenar las conductas nocivas y que provocan la desdicha propia ajena, podemos fomentar pensamientos, palabras y actos saludables. Como señala el Dhammapada : “la sabiduría brota en aquel que se examina día a día, cuya vida es intachable, inteligente, arropado con el conocimientos y la virtud”. Uno puede convertir su vida en un lodazal o en un jardín, ser hostil o amable. Es cierto que también cuentan mucho las circunstancias y las influencias externas, pero en la medida en que uno trabaja sobre si mismo y no se pierde en inútiles controversias, va librándose de las ataduras de la mente y encuentra su espacio de equilibrio y plenitud.



El símil del corcel

Los antiguos maestros ya utilizaban este símil en la enseñanza de la que debe ser una verdadera actitud de equilibrio en la vida. Para cabalgar plácidamente sobre un corcel es necesario saber dirigir sus riendas a la perfección: cuando conviene tirar de ellas, tirar, cuando hay que soltarlas, hacerlo, cuando es necesario tirar y soltar, hacerlo también. El dominio oportuno de las riendas es la base para que el corcel y el jinete den lo mejor de sí mismos, y sin riesgos para ninguno de los dos.

Comentario
El equilibrio es mesura, precisión, ecuanimidad, destreza, pero es también el arte mismo de poder restablecer el equilibrio aplicando el esfuerzo adecuado y la oportuna capacidad de corregir. Como actúa el hábil jinete, que sabe de qué modo manejar las riendas para llevar suelto al caballo, pero no demasiado, y para poder retenerlo en su momento, pero sin violencia o coacción. El equilibrio exige asir y soltar, tensar y aflojar y es una actitud que nos debería asistir en todos los momentos y situaciones de la vida, pero que solo puede ser fiable cuando está apoyada por el discernimiento, que es el que nos da la pauta para rectificar, corregir y recobrar el punto de equilibrio, equidistante entre los extremos o actitudes radicales. A veces conviene apremiarse, a veces hay que hacer una pausa, a veces uno se tensa y luego se destensa. Llevar el equilibrio a los pensamientos, palabras y actos es uno de los fines más importantes que puede proponerse un ser humano. El desequilibrio es desorden mental y el desorden mental crea mayor desorden en todos los sentidos.