sábado, 6 de agosto de 2011

El Cambio Interior


Prem Baba, Psicoterapeuta y maestro espiritual realizado (La Vanguardia 27/7/11)

Cuando la búsqueda se termina, te sientes pleno y sabes quién eres. Antes quería agradar, ser alguien, ahora me dedico a ayudar a la gente a hacer el transito del sufrimiento a la alegría sin ningún interés.

Esto se conquista realizando un proceso de auto transformación. Estamos envueltos de capas de sufrimiento que se expresan como maldad y mezquindad. Hay que ir al fondo de uno mismo porque la alegría es una cualidad natural del ser producto de la paz.

Para eliminar la maldad lo primero es eliminar el juego de acusaciones, buscar en uno mismo las causas de las insatisfacciones y responsabilizarse de ellas. Hay que escuchar al yo interior porque esas capas tienen vida propia, cada una es un yo psicológico. Para ello propongo la meditación, la reflexión y la práctica del servicio desinteresado.

Comentario: esta auto transformación que menciona se consigue con mucha voluntad, constancia, e imitando a Dios: eliminando los egos(egoísmo, vanidad, orgullo, materialismo, apegos, etc.), siendo bondadosos de verdad, respetándonos primero nosotros, perdonándonos, buscando en la paciencia el equilibrio, con esto adquiriremos confianza en nosotros mismos, tendremos sensación de bienestar(María Helena Bonilla).


Ramiro Calle Maestro Yogui ( ES 16/7/11)
Hay que aprender a relacionarse equilibradamente con uno mismo, evitando el extremo de la auto exigencia excesiva y por supuesto el de la excesiva autocomplacencia o indulgencia, que es casi peor. La excesiva auto exigencia conlleva desaliento, desencanto, frustración y auto desdén, toda vez que no siempre puede uno estar a la altura de las circunstancias o encajar en el modelo idealizado que uno ha construido sobre sí mismo.

Todos somos humanos y podemos fallar o fracasar, pero como reza el antiguo adagio: “El que fracasa una vez se decepciona, pero el que lo hace tres veces es un maestro”. La auto exigencia excesiva se puede volver neurótica y dar lugar a abatimiento, irritabilidad, autor reproches y demás. Viene dada por figuras paternas demasiado autoritarias o por las descripciones idealizadas de los demás o de nosotros sobre nosotros mismos. También por un ego que requiere autoafirmarse, por fisuras en la autovaloración o por otras causas, pero el caso es que también crea una distorsión en la percepción, de modo tal que quien es excesivamente autoexigente se exige a veces en cosas que no tendría y no lo hace en otras en las que sí debería. Da también lugar a inútiles sentimientos de culpa y además perturba a veces las relaciones con los demás, cuando uno proyecta esas excesivas exigencias hacia los otros. O sea, tienes que revisar tus actitudes y tratar de ser más indulgente contigo misma. En el otro extremo esta, como decía, la autocomplacencia desmesurada, que conlleva holgazanería, apatía, pereza y ser demasiado permisivo con uno mismo, cuando podemos llegar a ser tan implacables con los demás. Por tanto buscar esa vía del medio a la que se referían Buda, Confucio, Pitágoras y otras mentes lucidas, y hacer lo mejor que podamos en todo lugar y circunstancia, pero asumiendo que no somos supermanes.

La mejora exterior debe verse correspondida por la interior, las aspiraciones por una mejor calidad de vida externa deben ir paralelas a aquellas que buscan una mejor calidad de vida psíquica. Gracias al esfuerzo equilibrado y mediante la utilización esclarecedora de la atención, el ser humano tiene capacidad de poner los medios para liberarse de muchos condicionamientos internos, tendencias neuróticas y comportamientos insanos. Puede ejercitarse para desarrollar no solo su personalidad o imagen, sino también su esencia, puede modificar y asumir actitudes y modelos mentales para modificar los viejos y nocivos y de este modo obtener una visión más clara y transformadora. Es capaz, en suma de reeducarse y prepararse para alcanzar lo mejor de si mismo y compartirlo con los demás.


Irene Orce Coach (Es 25/6/11)
Estamos inmersos en un momento histórico de cambio. Nuestro sistema económico está en crisis y la incertidumbre se impone como visión de futuro. La epidemia de especulación desatada ha desembocado en la pérdida del sentido común y de la noción de aquello que verdaderamente necesitamos. De ahí que cada vez más expertos afirmen que este contexto económico es el reflejo de la profunda crisis de consciencia y de valores que padece nuestra sociedad.

La verdadera revolución reside en nuestra propia transformación. Y quienes siguen este camino terminan por cosechar resultados extraordinarios. Basta con repasar las vidas de estos personajes que se convirtieron en verdaderos referentes. Todos ellos aportaron algo nuevo a la sociedad, innovaron y confrontaron al statu quo de la época.

Los expertos sostienen que para poder desarrollar nuestras capacidades, desde pequeños necesitamos disponer de ejemplos y modelos humanos, filosóficos y prácticos, que nos sirvan de referencia para construir nuestros valores, objetivos e ideales. Padres, hermanos, amigos e incluso compañeros de trabajo nos inspiran en un momento u otro de nuestra vida, nos ayudan a crecer, a aprender, a evolucionar. Es una función tan valiosa como necesaria. De hecho, todos los seres humanos tienen el potencial necesario para convertirse en referentes.

Viktor Frankl (1905-1997) Catedrático de Neurología y Psiquiatría de la Universidad de Viena dijo en su biografía: “Los seres humanos son capaces de conquistar su propia felicidad mediante la conquista de la mentes, es decir, de la actitud que toman frente a sus circunstancias”.

Dijo también “al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas. La elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino- para decidir su propio camino. Y añade: Es precisamente esta libertad interior y espiritual la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido.
De ahí brota la verdadera libertad: la capacidad de elegir quien queremos ser en cada momento, por adversas que resulten nuestras circunstancias.

Para conseguirlo tan solo necesitamos compromiso, coraje y entrenamiento. Y recordar que los referentes que escogemos, las personas a las que admiramos y que nos inspiran… son un reflejo de quienes podemos llegar a ser.


Luis Muiño, psicoterapeuta(Es 30 /7/11)

La búsqueda del equilibrio interior supone concedernos a nosotros mismos un período de cuidado de la salud física y mental. Para cuidar el primer factor podemos hacer algo de ejercicio no estresante, recuperar hábitos más saludables de alimentación y sueño.

Para optimizar nuestra salud mental, podemos comenzar por fomentar la atención plena, la conciencia completa centrada en aquello que se quiere interiorizar ignorando los estímulos perturbadores. Al principio, aumentamos ese tipo de percepción del mundo en momentos aislados, disfrutando con plenitud de una buena comida, un rato de charla con los amigos, una sesión de lectura, un momento de juego con nuestros hijos, un paseo por la naturaleza, un abrazo de nuestra pareja o un par de capítulos de nuestra serie favorita.

Poco a poco, alcanzaremos la serenidad que se logra al dejar fluir la experiencia sensorial centrándonos en un sólo estímulo y evitando la sobrecarga. Se trata, en última instancia, de elegir que queremos mirar y en que temas queremos actuar. No importa que estemos haciendo, sólo como lo hacemos.

Al cabo de un tiempo, cuando ya hayamos aprendido a fijar nuestra atención en el presente, buscaremos el siguiente estado: la observación participativa. Lograrla es conseguir ir más allá de la interiorización de los estímulos distante y racional habitual en nuestro modo control. Se trata de vivir lo que hacemos y sentimos de forma plena y sentida. Es ese momento en que nos notamos felices porque llevamos un rato disfrutando del sol, de una cerveza, de nuestra pareja o de un partido de futbol.

El siguiente paso es también complicado, porque se trata de hacer lo contrario a lo habitual: en vez de poner nombre a nuestras emociones, tenemos que aprender a sentir sin conceptuar. En nuestra sociedad, sobrecargada de información, es muy útil etiquetar inmediatamente lo que nos sucede, porque debemos distinguir lo que es bueno para nosotros de lo que podría ser perjudicial, lo útil de lo inútil y lo importante de lo que puede esperar. Para conseguirlo damos nombres a nuestras sensaciones en función de ese objetivo. Nos decimos a nosotros mismos "tengo que dejar de enfadarme con mi pareja porque me está perjudicando en el trabajo", no me conviene que se noten tanto mis sentimientos hacia mi jefe" o "ahora no es momento de sentir ganas de ver a mis hijos".

Lo que propongo es dejar atrás, durante un tiempo, esa manera de sentir tan ligada a los objetivos racionales. Salirnos del pensamiento conceptural y dar espacio a las sensaciones sin nombre supone centrarse en los aspectos sensitivos y emocionales, alejando poco a poco la tendencia a interpretar lo que siente. Podemos empezar por dejar de valorar positivamente lo que vivimos(no exclamar, por ejemplo " qué bien se está aquí!!!" cada vez que disfrutemos de un buen momento). Es importante vivir la experiencia de una manera no valorativa: al juzgar, dejamos de experimentar de forma plena.

Es mucho más fácil conseguir esta forma de procesar la realidad centrándonos en lo no-verbal(imágenes, sensaciones y emociones). El lenguaje acaba siendo un filtro de la experiencia que somete todo a estructuras rígidas. Para volver a vivir el mundo en toda su potencialidad, tenemos que dejarnos llevar de una sensación(o de una emoción) a otra sin aplicar de forma inmediata palabras que, al final, suponen marcos estereotipados y provenientes de nuestros prejuicios.

Cuando se alcanza ese estado de conciencia, es posible saborear ciertos momentos de una forma compleja, sin esa tendencia tan euroamericana a sufrir una ENP(eyaculación nominal precoz), es decir, a acabar demasiado pronto de interiorizar la vida porque nos puede la necesidad de ponerle nombre a lo que estamos sintiendo.

Esos son algunos de los retos que se impoenen a nuestra mente. Pero no hay ninguna razón para ser pesimistas: podemos asumirlos si creamos nuestro propio interruptor mental que nos permita pasar del modo control útil en ciertos momentos al modo relax que nos permite desconectar. Aunque vivamos durante todo el año anticipando continuamente los posibles eventos negativos para intentar prevenirlos, en esta época del año podemos aprender a disfrutar del mundo sin intentar controlarlo, dejándolo fluir. La aceptación radical sería la meta final de este camino. Recordar el lema que hizo famoso a Bruce Lee en la última entrevista que concedio: Be water, my friend(sé agua, amigo).


El Arte de la Felicidad ( S.S. Dalai Lama con Howard C. Cutler, M.D.)

El Dalai Lama resalta que la disciplina interior es la base de una vida espiritual. Es el método fundamental para alcanzar la felicidad, la disciplina interior supone, desde su perspectiva, combatir los estados negativos de la mente, como la cólera, el odio y la avaricia, y cultivar los estados positivos como la amabilidad, la compasión y la tolerancia. También señala que una vida feliz se construye sobre el fundamento de ese estado mental sereno y estable. El desarrollo de la disciplina interna puede incluir técnicas de meditación formal que ayudan a estabilizar la mente y logran ese estado de calma. La mayoría de las religiones incluyen prácticas que tratan de aquietar la mente, de situarnos más en contacto con nuestra más profunda naturaleza espiritual.

Meditación por el Dalai Lama: Para empezar, realicemos antes tres rondas de respiración profunda y centremos la atención simplemente en la respiración. Concentrarse en la inspiración, la espiración, la inspiración, la espiración... hasta tres veces. Luego, empezar con la meditación. Que no es otra cosa que retirar la mente de los objetos externos por un periodo de 15 minutos, a medida que se progresa y se acostumbra uno a ella, se empieza a notar una claridad subyacente, una luminosidad. Es entonces cuando se comienza a apreciar el estado natural de la mente. Se debe advertir que se corre el peligro de quedarse dormido, puesto que no hay objeto específico sobre el que concentrar la atención.

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