viernes, 6 de abril de 2012

¡Hemos de llorar más!




Cuando una persona vive sola, como yo ahora mismo, en cualquier rincón de la casa, encuentras colaboradores silenciosos que te hacen compañía. Son como amigos fantasmas imaginarios.

Estanterías llenas de CDs, libros, videos, cuadros colgados por las paredes y a veces por el suelo, porque ya te faltan paredes, para lucirlos y contemplarlos, marcos con fotografías por todas partes, montones de revistas que guardas, por una sola página que te gusta, ropas, zapatos viejos, que jamás tiras porque son los que no duelen, sofás llenos de cojines...... Cuesta tanto tirar cosas inservibles. Cuesta tanto hacer limpieza de recuerdos.

Un punto puesto dentro de un libro, que siempre se abre por la misma página, donde quedó hace diez años cuando no lo acabaste de leer. Las pegatinas de la puerta de la nevera. Pósters colgados en los pasillos. Cuesta tanto de hacer limpieza. Da la sensación como si echaras a la calle a tus invitados, porque ya no te interesa su conversación. Hay tantas cosas que te hacen compañía.!!

A veces te pones a sacar el polvo de un montón de vinilos, que siempre son los mismos, de los que ya no se fabrican, pero que tu, guardas como auténticos tesoros, porque contienen un montón de recuerdos, que cuando los escuchas te hacen caer alguna lagrimita. Los escuchas relativamente poco, pero tirarlos o venderlos, ¡Jamás!.

Antes pasarías hambre, o dejarías de comprarte desodorante.

El llorar para mí es necesario. Es uno de los alimentos de mi alma. Lo necesito tanto como respirar, ver como sale y se pone el Sol cada día, caminar descalzo, o bañarme de noche desnudo en el mar, o en un rio, o hacer pipí en la cuneta cuando vengo a casa a las tantas de la madrugada o dormir algunos ratitos, sin ropa.

Cuando un buen recuerdo te produce un nudo en la garganta y trae a tus ojos unas lagrimitas de alegría, son dulces, "probarlas".

Las lágrimas dulces son fantásticas, aparecen poco a poco, sin prisa, son como una cosa que nace en lo más hondo de tu médula espinal, producen como una especie de agradable escalofrío y como si se te hiciera un nudo en la garganta, que te obliga a engullir una saliva que a veces no tienes preparada.

Se resisten a caer y suelen mantenerse mucho más rato en el lagrimal, como si quisieran alargar este pequeño instante de placer. No es necesario llorar para que afloren en tus ojos, lágrimas dulces.

Cualquier emoción agradable te las puede producir.

Las lágrimas saladas ya son otra cosa. Son más traidoras. Casi siempre aparecen cuando ya estás llorando por dentro, de pena, de tristeza, de impotencia o de rabia. Cuando no te ves capaz de resolver por tu mismo, tus problemas, cuando necesitarías tener a tu lado, a tu mejor amigo y no está allí, o cuando aparecen aquellos buenos recuerdos que fueron, se marcharon y que nunca jamás podrás volver a disfrutar. Son la explosión de penas contenidas. Que si algunas veces te atrevieras a dar un grito, tan fuerte, que se pudiera escuchas desde muy lejos, quizás podrías ahogar tu lloro.

Las lágrimas saladas casi nunca aparecen solas, suelen aparecer a chorritos. A veces te caen como minúsculos riachuelos que manan de tus ojos y que por no mancharte la ropa, tienes que usar tus manos, tus mangas, o una prenda hoy bastante en desuso, que se llama pañuelo.

Ahora se usan más unos papelitos de nombre ingles, que te venden mientras esperas en las ciudades, que los semáforos cambien de color. Los pagas a gusto, diez veces mas de lo que valen para evitar que queriéndotelo limpiar te dejen el parabrisas mucho más sucio de lo que lo tenías.

Las lágrimas saladas, sea lo que sea que las provoca hay que dejarlas salir. Por llorar, nadie debe avergonzarse. Si no lloramos es porque por dentro ya estamos medio muertos.

Si podéis compartir las lágrimas, sean dulces o saladas, con las personas que más queréis, os haréis un gran favor mutuo.

No hay nada mejor para unir a las personas, en el amor y la amistad, que llorar juntos

Autor: Joan Llimona
febrero de 2011

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